viernes, 13 de abril de 2012

historia de la tauromaquia Bartolome Benassar

Comienza Bartolomé Benassar esta jugosa Historia de la Tauromaquia con una afirmación que me atrevo a considerar falsa en buena medida: pensar que sea un libro para lectores franceses o de otras latitudes -más indoctos, se supone- y no para lectores españoles sapientísimos y sabelotodo. A mí, digamos en corto y por derecho, me ha parecido una buena historia, tanto como por la información que da como por lo que aporta de pensamiento y ensayo. De lo primero se beneficiarán quienes no hayan tenido tiempo de aprenderse los diez tomos del Cossío; de lo segundo, aquellos que consideren que las corridas, con toda su carga de violencia y carga a las espaldas, son una de las bellas artes; y un espejo en el que se refleja la historia política y social de este país llamado España.

Estas dos apreciaciones, que pueden irritar la sensibilidad de ecologistas e ilustrados, no son mías: las firmaron y ratificaron en su tiempo gente como Pérez de Ayala, Valle-Inclán y don José Ortega y Gasset. Puede estar tranquilo Bartolomé Benassar, porque esta visión de “extranjero” pensada para lectores no españoles, podemos compartirla, sin demasiado esfuerzo, muchos ibéricos autóctonos. Precisamente aquellos que seguimos aferrados a palabras y conceptos tan anticuados como pureza, clasicismo, integridad del toro, ceremonia y rito; aquellos que nos negamos a comulgar con las piedras de molino de fenómenos artificiosos y efímeros. Naturalmente, todo es opinable y todo es discutible. Y en toros, también; mas a mí me parece saludable que Benassar aventure una opinión categórica como la de que la época de Antonio Ordóñez -al que atribuye casi veinte años de reinado- fue la Tercera Edad de Oro. Después, naturalmente, de la de Lagartijo y Frascuelo y de la de Joselito y Belmonte.
Quién pudiera acompañar a Ordóñez como pareja, incluso si ha de ser primus inter pares, es otra cuestión.

Algunos se apoyan en la rivalidad de un verano sangriento con Luis Miguel Dominguín -gestualizado épicamente por un Hemingway ingenuo- para colocarle a su lado. Lo cierto es que, brillo social aparte, Benassar sugiere junto a Ordóñez media docena de nombres que sí marcan esa época: Antonio Chenel Antoñete, Antonio Bienvenida, Manolo Vázquez, Paco Camino, Santiago Martín El Viti, Diego Puerta...

Pepe Luis Vázquez es, para Benassar, una especie de torero isla tocado por la gracia y el don de la torería, pero que cimentó su arte maravilloso sobre la lidia de toros anovillados y disminuidos. La mejor enseñanza de este libro, o por lo menos la mejor enseñanza que yo he sacado, es su disposición clara y honrada frente al fraude. No oculta que el afeitado ha existido y existe, no niega la manipulación generativa del toro bravo, y es capaz de cuestionar mitos y tauromaquias asentadas sobre el medio toro. ésta es una línea de análisis incómoda e impopular, pues en esto del toro abundan los propagandistas y escasean los analistas. Esa línea de pensamiento podía ser, en parte, la de Julio Urrutia, un cronista al que no llegué a conocer, pero del que algún libro me ha llegado. Con ese fondo de reflexión y crítica, Bartolomé Benassar resalta el influjo de la guerra civil sobre el trapío y la edad de los toros. Y afirma que si fue una necesidad sociológica y política de posguerra, el utrero y el afeitado se convirtieron años después en una virtud. En estas circunstancias anómalas crece el mito de Manolete que, fatalmente, se consolida con su muerte en la plaza de Linares.

El hambre y la penuria bélicas no diezma, aniquila a casi la cabaña brava. Y en consecuencia, el fraude se instala en la arena con la tolerancia de público y autoridades. Ese fraude se extiende a la época de Ordóñez, la Tercera Edad de Oro, y se consolida con El Cordobés. Hoy todavía sigue con mayor o menor fortuna. Siempre que esto sucede, los hechos giran en torno a una figura que manda en la Fiesta con gran aparato propagandístico y sin apenas oposición. Con todo, y siendo muy poco partidario de la tauromaquia de Manuel Benítez, defiende Benassar algunos gestos de El Cordobés en maestros o plazas de compromiso ineludible.

En el recorrido de Benassar, desde la protohistoria taurina hasta nuestros días, se abordan y defienden formas estilísticas y condicionamientos históricos, y aparecen cuestiones tan sugerentes como la iglesia y la excomunión de los aficionados católicos. O la cruzada contra el afeitado, acaso oportunista pero cierta, de Antonio Bienvenida, que se echó encima a todo el escalafón, empezando por Antonio Ordóñez.

Entre las lagunas más visibles de esta excelente Historia de la Tauromaquia, se encuentra la dimensión puramente anecdótica, que otorga al acaso torero más puro y clásico de los últimos cincuenta años: Rafael Ortega. Este diestro gaditano fue mucho más que un gran estoqueador.



http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/2070/Historia_de_la_Tauromaquia


por: rengifo

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